Aquí, al principio, es donde debería ir un alegato sobre la importancia de este concepto, o sobre su inconveniencia si yo fuese un liberal de pro. Pero no vais a encontrar ninguna de las dos cosas, porque mi pretensión es escribir un artículo que tenga que ver con los temas prácticos que he observado y comentado, y no sobre las posibilidades y bondades teóricas de la redistribución.
La cuestión es la siguiente: queremos gastar más, porque creemos que la sociedad funcionaría mejor si todo el mundo dispusiera incondicionalmente de una serie de servicios o derechos, y estos servicios o derechos tienen un coste.
Pintemos esto como lo pintemos, y sin entrar a juzgar si es bueno o no, lo cierto es que un grupo de gente saldrá beneficiada, pues obtendrá recursos del sistema y otro grupo de gente saldrá perjudicada, pues tendrá que aportar al sistema más de lo que de él recibe. Por eso precisamente, se llama redistribución. Por eso precisamente otros tratan de llamarle simplemente justicia y otros atraco. Pero vamos a dejarlo en redistribución.
Como es lógico, los que reciben algo de manera gratuita, están encantados. Los que lo ponen, en cambio, se dividen en dos grupos: los que están encantados también, porque creen que de ese modo se les garantiza el pacífico disfrute de sus riquezas, y los que están encabronados, porque sienten que se les maltrata. Los primeros suelen ser gente tremendamente rica, a la que pagar 100 millones de euros más al año ni les va ni les viene, porque han entendido de qué va eso del dinero y han entendido que no hay nada a lo que deban renunciar por falta de él. ¿Qué les puede importar a Bill Gates, Bezos y Buffet pagar 1000 millones más al año de impuestos? ¿A qué les obligaría a renunciar ese pago? Se la sopla. Les quedan 20 años de vida, tienen a sus herederos cubiertos, y se la sopla.
El problema está por debajo de ahí, y con las personas que no son personas físicas.
Bill Gates, Bezzos y Zuckerberg tienen pensado morirse y están, me parece, curados de avaricia. Yo en su lugar lo estaría. Pero el problema es que Microsoft, Amazon y Facebook no piensan morirse, están desesperados por repartir unos centavos más de dividendo a sus accionistas y están dispuestos a mudarse al primer paraíso fiscal que les ofrezca un ahorro del 23%, porque de eso dependen los bonus de sus directivos y las pensiones de sus millones de accionistas. Y ahí se jodió todo.
Ahí la cagamos a lo grande, porque son estas corporaciones las que tienen los recursos necesarios para dilatar 20 años cualquier subida de impuestos. Eludirla, y finalmente traspasarla a los demás.
Porque aquí tenemos que ver lo que pasa en realidad. Queremos gastar más y para ello tenemos que recaudar más. Le llamamos a eso redistribución y diseñamos una subida de impuestos. ¿Y que saben en las asesorías?
Que en cuanto entra en vigor la subida de impuestos, las grandes corporaciones, se escaquean. Detrás de ellas, y con los mismos bufetes, se escaquean las grandes fortunas. Luego, tras ellas, se escaquean las fortunas entre grandes y medianas, y finalmente las pequeñas consiguen escaquear una parte a través de sus redes familiares, sociales y de intereses.
¿Y con qué se encuentra el Gobierno amigo de la redistribución en sus carpetas? ¿Qué es lo que tiene entre manos, en la práctica? Una ley de dependencia que cuesta 14.000 millones y sólo 4000 millones recaudados. Una vinculación de las pensiones al IPC que cuesta 9000 millones y sólo 2000 millones recaudados. Una subida de los salarios de los funcionarios que cuesta 7600 millones y sólo 1800 millones recaudados.
Entonces ese Gobierno, entre renunciar a sus planes y profundizar en la redistribución, elige lo segundo. Porque es parte de su programa. Por convicción. Por soberbia. Por demostración de poder. Porque cree que es lo más justo. El motivo es igual, porque las consecuencias también son las mismas: la redistribución no la pagan los ricos, sino las clases medias, empezando por los funcionarios de categorías superiores (médicos, jueces, ingenieros de obras públicas...) a los profesionales de mayor cualificación. Acto seguido, pagan los profesionales liberales. Luego los autónomos, y finalmente, loa asalariados, tanto del sector público como del privado.
Y toda esa gente, o mucha de ella, se hace enemiga de la redistribución, que en la práctica es un fenómeno que no afecta para nada a los ricos y hace un tremendo daño a las clases medias, derechizando políticamente a los países que antes contaban con mayorías progresistas. ¿O qué demonios creéis que ha pasado en Francia, por ejemplo?
Tenemos que aprenderlo de memoria o grabarlo en mármol: da igual lo que los empresarios paguen: hay que obligar a pagar a las empresas. Por mí, como si Amancio Ortega está exento de IRPF, pero Inditex, que pague.
Lo que pasa es que decir esto no es popular, porque a la gente no la mueve la justicia, sino la envidia, y la mayoría es tan simple que no se siente capaz de envidiar a una Sociedad Anónima.
Así estamos.