Se llamaba Charles Joughin y era de Liverpool. Aquel 14 de abril de 1912, y tras constatar que el impacto con el iceberg había resultado letal para el barco, subió a cubierta y se dedicó a lanzar al agua las sillas y las hamacas para que los que habían caído al océano tuvieran donde aferrarse. Tras esa accción útil y valiente el panadero se agarró una cogorza de whisky de proporciones bíblicas. Tan bíblicas que se produjo el milagro: el alcohol en el cuerpo de Charles operó como anticongelante.
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