A día 9 de abril, la malaria, el SIDA, el hambre (ojo a esto, EL HAMBRE) han matado al doble, el triple y el cuadruple de personas que el coronavirus. Nuestra reacción frente a la epidemia, revestida de una solidaridad intachable en muchos sectores de la sociedad, tiene también un fondo de egoísmo sonrojante, que solo puede ser explicado en base al capitalismo y su influencia cultural. Los males solo son graves cuando tocan a la puerta de nuestras casas y cuando ponen en riesgo nuestro modelo económico. El hambre o la malaria son solo pequeñas noticias al lado de un terremoto en Katmandú o de los resultados de las elecciones en Namibia.
El liberalismo imperante, una ideología y teoría económica basada en la competitividad, se ha mostrado incapaz de hacer frente a un virus igualador, que sesga vidas sin tener en cuenta clases sociales, religión o raza. Y ahora el velo comienza a caer.
Milton Friedman es considerado el economista más influyente del siglo xx. Friedman fue asesor para los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en el Reino Unido.
El sentó las bases del liberalismo, su visión de la macroeconomía domina todas nuestras vidas, cada cosa que compramos, cada cosa que contratamos, cada empleo que aceptamos, pero también cada cosa que ansiamos o por/contra la que luchamos. En el documental Chicago Boys, donde se analizan las desastrosas consecuencias que tuvieron las teorías de Friedman aplicadas por sus discípulos en Chile, podemos ver a Friedman definir su teoría económica con estas palabras:
“Cada día todos tomamos decisiones que involucran riesgos. A veces son riesgos grandes, como cuando decidimos que profesión seguir, o con quién casarnos. Más frecuentemente son pequeños riesgos, como cuando decidimos cruzar la calle si hay tráfico. Pero cada vez, la pregunta es: ¿Quién debe tomar la decisión, nosotros o alguien más? Nosotros podemos tomar la decisión solo si nosotros asumimos las consecuencias. Ese es el sistema económico que ha transformado nuestra sociedad”. Prestemos atención a esta parte: Nosotros podemos tomar la decisión solo si nosotros asumimos las consecuencias.
Ahora bien ¿qué consecuencias reales pagaron Goldman Scahs o AGS tras provocar la mayor crisis económica de la historia en 2008 más allá de ser rescatadas gracias a una política marcadamente liberal de desregulación de los mercados? ¿Qué consecuencias pagaron las entidades financieras en Europa tras la crisis de la pasada década merced a esa misma desregulación liberal que les permitió hacer y deshacer en los años de bonanza? ¿Acaso alguna vez, bajo los parámetros del liberalismo, ha asumido realmente alguna empresa financiera "las consecuencias de sus riesgos"? ¿Alguien cree que desaparecerá la sanidad privada de este país cuando todo esto termine? ¿Cómo podemos asumir como normal que tengamos que pagar con nuestros impuestos el sueldo de futbolistas millonarios? ¿Desaparecerán los sueldos indecentes de todos aquellos que ahora claman por la ayuda estatal en todas las partes del globo después de haber hecho de su vida y trabajo, una causa contra el estado del bienestar?
Llega una nueva tipología de crisis y vemos a patronales de todos los países de la UE recurrir a ERTES y fórmulas similares. Los grandes empresarios, grandes defensores de las teorías económicas de Friedman, basadas en reducir la tarea del Estado a la mínima expresión, los grandes haters del keynesianismo, ahora piden entre lágrimas la intervención de Papá Estado. Su Arcadia perfecta les ha vuelto a fallar. Y nosotros, los currelas, los que de verdad tenemos que asumir cada día las verdaderas consecuencias de nuestras decisiones, seguiremos tragando, como auténticos gilipollas.
"El mercado sabe más que cualquier gobierno. La avaricia de los consumidores promueve el bienestar a largo plazo." , otro de los mantras de Milton Friedman, una barbaridad, de una sociopatía enfermiza, que ha guiado durante casi 50 años la economía de la inmensa mayor parte de los países y, lo que es peor, que millones de ciudadanos hemos asumido como lógica.
A día de hoy, si sumamos todo el valor de los mercados mundiales, estos son casi 300 veces la suma de los PIB de todos los países del planeta. En 1950, esa cifra era prácticamente antagónica: el valor de los PIB de todos los países era 270 veces mayor que el valor de todas los mercados del mundo. ¿Cómo podemos creer que realmente el poder está en las manos de la democracia? ¿Cómo hemos podido permitir esta barbaridad?
Pero el gran mérito de Friedman no es solo cuantitativo, es también cultural. La gente, sobre todo los anglosajones, protagonistas esenciales de la economía mundial desde hace más de un siglo, aceptaron esta transición abyecta e indecente. Friedman asesoró a Reagan y Tatcher y consiguió cimentar la idea del éxito en el imaginario de la clase media de todo Occidente. No hay que irse muy lejos para ver a personas de extracción social baja aplaudir las donaciones de un millonario que recurre a ingeniería económica para pagar menos impuestos. La semilla del liberalismo impera en nuestras vidas, en nuestra sanidad, en nuestra forma de concebir el presente y el futuro y lo que es peor, en nuestra forma de educar y concebir el éxito.
Y ha tenido que llegar una nueva tipología de crisis para hacernos entender que el éxito no es mas que un intangible estúpido. Una crisis que trasciende a lo económico y afecta al ámbito de lo humano y de lo moral. El coronavirus debería devolvernos a esa reflexión humanista bajó la que se construyó la Comunidad Europea: la defensa de los derechos de la ciudadanía y un Estado del Bienestar. Hoy, vemos como todo ha fallado. La UE se fractura por el egoísmo del Norte y los ciudadanos del Sur comienzan a entender que la UE no es más que una pútrido nido de neoliberales decadentes, dominados por lobbys, por el peso de los datos macroeconómicos y por el balance de esas empresas a las que compramos móviles, coches y productos farmacéuticos. Cada paso que damos va encaminado a aumentar las libertades y derechos de los que tienen más, robándoselas a los que tienen menos. Un virus ha tenido que llegar para democratizar el miedo y tocar a las puertas de todos, absolutamente todos. Una epidemia para darnos cuenta que este sistema es solo un atrezzo, que nuestras ambiciones vitales, gestadas durante décadas de educación capitalista, son ridículas frente a lo realmente importante. Que la solidaridad no puede ser una forma de agradecimiento, un aplauso a una hora dada, sino que debe ser la columna vertebral de todo estado y sistema económico.
Ayer escuché a Anguita decir que vivimos "un pequeño infierno que podría ser mucho peor, sino fuese por los resquicios que el socialismo dejó en nuestro sistema".
Gramsci dijo: "Si el peor de los infiernos puede salvarnos de la mayor de las mentiras, preparémonos para el infierno". Pues venga, tal vez esté pecando de optimista, pero preparémonos.