No hay nada nuevo en que se presione a los periodistas para que revelen sus fuentes. No hay nada nuevo en preguntar de dónde has sacado esta o aquella noticia: la única novedad es la desvergüenza en el modo de hacerlo, los métodos, y el apoyo tácito que veo en la sociedad a esa presión contra el que informa.
No hay más que verlo aquí: en cuanto comienza una polémica, siempre hay media docena de personas preguntando pro las fuentes. La fuente soy yo, que firmo el artículo, y si no te gusto como fuente, no me crees, o no te parezco fiable, pasas de mí y tan campantes. Pero no voy a darte mi fuente: porque no puedo, porque no quiero, o porque lo considero una mala costumbre.
Sin embargo, hay casos en los que el informador se ve muy fuertemente presionado para revelar sus fuentes, y en esos casos, hay que echar mano del viejo manual: mentir. Pero no de cualquier manera. Hay que mentir de una manera determinada.
Cuando el interesado en ocultar un tema te pregunte por tus fuentes, señala SIEMPRE a su entorno. No desveles la fuente, pero cuando simules ceder, señala a su mujer, a su madre, a sus hijos, o a sus socios. Cuando te pongan entre la espada y la pared, da a entender que nadie los quiere y todo el mundo está encantado de traicionarlos. Cuando te amenacen, da un nombre que haga daño.
Miente. Sin el menor recato. Sin la menor vergüenza. Al que te pregunte por tus fuentes, cuéntale una milonga dañina, no una mentira inofensiva cualquiera. Preguntarle a un periodista por sus fuentes es una agresión que debe tener su respuesta: antes de publicar una información comprometida, piensa qué fábula contarás cuando te exijan revelar las fuentes, y procura que la fábula sea tóxica par el que ejerza la presión o realice la pregunta. Porque si la información es poder, la desinformación, ¡ni te cuento!
Si a algún informador joven le sirven de algo los consejos de este viejo cocodrilo, doy por amortizada mi participación en este sitio.