Parece una chorrada, pero la respuesta a esta pregunta está detrás de muchos aciertos y errores, detrás de muchas euforias y depresiones y, sobre todo, detrás de la respuesta que damos a muchas preguntas.
Hay gente que a los cincuenta años aún se acuerda de una humillación que sufrió en el colegio, o de la semana que participó como actor, a los veinte, en una compañía de barrio. La identificación con aquella versión de él mismo llega al punto de hacerse una tarjeta en la que figure su nombre y la palabra actor debajo.
Otro, en cambio, ven su anterior trabajo de mecánico de camiones, abandonado hace cinco años, como algo alejado y que pertenece a la biografía de otra persona, porque ya no se sienten identificados con lo que fueron, ni con las ideas y las aspiraciones de aquel que fueron ellos mismos hace tan sólo cinco años.
Todos cambiamos, pero no todos interiorizamos del mismo modo ni al mismo ritmo esos cambios y lo último que cambia es la percepción de nosotros mismos. Hay quien tiene un día de la bisagra, o de la mudanza, y hay también quienes se convencen de que han seguido siendo los mismos con pequeñas modificaciones que no cambian la esencia ni tampoco la identidad.
¿Pero qué es lo más sano? ¿Aferrarse a lo que fuimos, manteniendo inmutable nuestra identidad, como si de una bandera se tratase, o reconocer que ya no nos gusta lo que nos gustaba, no nos mueve lo que nos movía y a los mejor ni siquiera saldríamos de copas con el que fuimos hace veinte años?
No lo sé. No vengo a dar una respuesta. Vengo sobre todo a leer, si queréis, vuestras opiniones sobre el tema.
Para esto, creo yo, y no para debates políticos estériles, es para lo que están comunidades como esta.
Gracias de antebrazo.