Otorgar favores sexuales al confesor a cambio de la absolución de los pecados era una práctica habitual. Se prohibió que el feligrés se confesara arrodillado frente al sacerdote porque la cabeza quedaba a una altura "comprometida" y "debajo de la sotana se podían y se pueden hacer y ocultar muchas cosas". Entre confesor y penitente debía ponerse una rejilla cuyos orificios impidieran introducir los dedos para evitar "caricias eróticas" o juegos con los dedos en la boca de la otra persona.
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