Christoph Waltz (Viena, 1956) es otra de las víctimas del efecto Tarantino, capaz de insuflar vida a carreras decadentes (John Travolta) o de poner en el mapa a semidesconocidos, como el propio Waltz, que ganó el Oscar y el Globo de Oro por su extraordinario trabajo en Malditos bastardos (2009).
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