Pedro y Miguel Ángel vivían entre el polígono donde compraban sus chutes y el centro médico donde recibían la metadona. Habían perdido la relación con su familia, apenas pesaban 40 kilos, solo vivían para reunir calderilla que en cuestión de minutos cambiaban por dosis de autodestrucción. Un día aparecieron dos hombres que les propusieron participar en un programa piloto contra la drogadicción. De eso hace diez años. Hasta tres veces Miguel Ángel despachó a esos dos desconocidos, pero a la cuarta, les acompañó. Pedro dijo que sí a la primera. A
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