En pleno desierto iraquí, en una base militar a 60 kilómetros de Bagdad, el soldado Bradley Manning, de 22 años, sentía la amargura y la soledad del aislamiento. Pasaba turnos de 14 horas, siete días a la semana, frente a una pantalla, analizando información sobre el enemigo para incluirla en las bases de datos clasificadas del Ejército estadounidense.
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