Hace ahora diez años, el mundo volvía a frotarse los ojos viendo cómo se le deshinchaba en las narices otra burbuja especulativa, la de las empresas de Internet. Después de llenar numerosos bolsillos, de recibir financiación bancaria a espuertas con sólo llevar el apellido puntocom, aquellos proyectos de un futuro aún en mantillas perdieron la confianza de las bolsas, esas eternas maniacodepresivas.
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