En el año 1967, mientras navegaban a más de 600 metros de profundidad, los tripulantes del sumergible científico Alvin notaron un golpe seco contra el casco. Alertados, subieron rápidamente a la superficie y al emerger descubrieron el siguiente panorama: un pez espada de varios cientos de kilos se había clavado literalmente en el submarino.
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