"Mañana falta el generalísimo Franco, al que admiro, y en su lugar viene un señor de Rusia y me deja seguir trabajando y viviendo igual, y a mí me da lo mismo".
La frase atribuida a una insigne folclórica resume una forma de entender la vida perfectamente asumida por gran parte de la plebe. Y los periodistas no suelen salir de otro sitio. Son personas que nacen dentro de clases mediopobres aprenden a escribir y luego, como los blogueros, quieren prosperar publicando cosas, algunos cualquier cosa si les dan algo o la promesa de algo. Así que si sus jefes les sugieren que desarrollen y magnifiquen información falsa o descontextualicen información con la que confeccionar una mentira lo hacen sin necesidad de echar a perder su integridad moral porque, como le pasaba a la folclórica, tampoco ellos la tienen muy definida.
Hay otros periodistas que tienen más claros sus principios y que mienten, injurian y enfangan conscientes de que lo hacen como un medio goebbeliano para conseguir un fin bueno. No se muy bien cómo diferenciarlos de los primeros, porque si un periodista alcanza un feedback en el que a cambio de publicar artículos, que él sabe que son torticeros, el universo conspira para que alguien le riegue con un montón de pasta lo mismo piensa que realmente está en el lado del bien. Por muy virtuosos que creamos ser todos tenemos un cerebro especializado en justificar las tropelías que satisfacen nuestras ambiciones.
Pero el caso que nos ocupa es la defensa de los pequeños periodistas que llevados por la necesidad y dotados de cierta flexibilidad moral se subordinan a la línea editorial de quien los emplea, ya que si intentaran un periodismo decente dejarían de ser útiles a los intereses de sus jefes e irían directos al paro. Esa es la banalidad del mal que se defiende cuando tratamos de dejarlos fuera de la crítica. Lo que nos deberían haber enseñado dos guerras mundiales y un montón de pirámides es que la condescendencia hacia ellos es un error, porque también es culpa de los esclavos el mantener la esclavitud si tienen medios para zafarse de ella. Como dijo Leonard Nimoy "en ocasiones hay que agitar al esclavo para que sienta sus cadenas".