No sabemos a ciencia cierta con qué profundidad conocía las cloacas de Nueva Orleans el ensayista belga Robert Goffin, pero en 1946 lo describía así en su libro Jazz from the Congo to the Metropolitan —uno de los primeros estudios serios sobre el jazz— rememorando el ambiente decadente del distrito Storyville con recuerdos olfativos de lo más pestilentes. ¿A qué olía Nueva Orleans? Posiblemente a jadeos de furcia, a billetes de proxeneta y a restos de orín de blanco engreído que invertía en carnalidad etílica el dinero ganado en la plantación.
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