“Hubo un tiempo en el que aún era posible que fuéramos felices, ahora, en cambio, sabemos que ya no podemos serlo, llevamos demasiada desgracia en la mochila”, comenta afligido el académico. “Es triste ver cómo otros países tuvieron sus Voltaire, D’Alembert, Leibniz o Kant, mientras que en España nos tenemos que conformar con el padre Feijoo o Moratín. La razón es que nosotros asfixiamos a nuestros Voltaire en la misma cuna”.
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