Si nos ciñéramos al pulso entre ETA y sus seguidores, por un lado, y el Estado y sus servidores, por otro, ningún observador imparcial albergaría la menor duda sobre quién resultó el vencedor de la soka-tira. ETA tuvo que bajarse del carro sin haber conseguido ninguno de sus objetivos. Sin embargo, al Estado, el hecho de que su victoria no lo haya sido al 100%, parece que le produce una sensación tal de perplejidad, que no acaba de interiorizar que la pelea se ha acabado. Le cuesta, además, renunciar a los réditos que obtenía gracias a...
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