Lo peor que le puede pasar a un nazi de pura casta no es encontrarse en la cama con una chica judía o encontrarse con que predica virilidad mientras alguien le está soplando la nuca. Esas cosas ya les pasaron a tipos como Goebbels y Röhm, y a nadie le importó gran cosa.
Lo peor que le pude pasar a un nazi no es tampoco predicar sobre la raza nórdica y ser moreno, o exigir un físico perfectamente atlético y ser un alfeñique, o un gordo mórbido. Esas cosas ya les pasaron a Hitler, a Himmler y a Göring, y tampoco fue más allá de un par de chistes.
En realidad, lo peor que le puede pasar a un nazi es descubrir que se llama nacionalsocialista cuando en realidad es regionalsocialista, porque su nación es en realidad un departamento administrativo con ínfulas. Lo peor que le puede pasar a un nazi es descubrir que su nación es chiquitita y ridícula como su acerbo racial, minúscula como su influencia exterior e insignificante como sus hechos en los manuales de Historia Universal.
Lo peor que le puede pasar a un regionalsocialista es que le pregunten dónde coño esta su Reich, para poder buscarlo en Google Maps, o cuántos hablantes tiene esa lengua en la que basa su supremacismo, o si su bandera es la de este o de aquel club de fútbol.
Lo peor que le puede pasar a un reguionalsocialista es descubrir que con buenas pierdnas y algo de entrenamiento, puede salir de su Reich en un par de días a los sumo, y hacerlo en plan verde y sostenible: pedaleando en bicicleta.
Porque para una nazi, el tamaño importa.