No sé si fue la suerte o la casualidad lo que nos unió, pero puedo decir que serví con 39 de los gallinas más cobardes que vuestros ojos hayan visto jamás (hasta el último de ellos podía echarse a berrear más rápidamente que un recién nacido con cólicos). Por Dios, no hubo una gran batalla en el teatro europeo de la que no huyésemos como una bandada de palomas asustadas. Pueden decir lo que quieran sobre las Ardillas, pero hasta el último de nosotros sobrevivió la guerra.
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