No sólo basta con indignarse, hay que organizar la rabia y atacar donde verdaderamente duele: en el bolsillo. Eso no se consigue con manifestaciones que parecen cabalgatas o el sambódromo de Río de Janeiro sino paralizando y atacando la economía. Cuando esos jovencitos apolíticos y pacíficos se den cuenta de que con tambores y máscaras de V de Vendeta el sistema se ríe en nuestra cara y después nos mea, cuando esos jovencitos carezcan del colchón que supone el hogar familiar, se cansarán de bailar y otras formas de movilización aparecerán.
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