Hubo un tiempo en que los chicos nos pegábamos a la salida del colegio porque, durante el recreo, alguien había puesto en duda nuestra palabra de honor. Eso solía zanjarse más tarde, fuera de clase para no incurrir en indisciplinas punibles. A veces, al acabar, nos dábamos la mano. A veces, no. No hay nada más eficaz para corromper la palabra honor que ponerla en boca de un político: Pasados, presentes o futuros, todos ellos, sean cuales fueren sus partidos e ideologías. Igualados en la misma desvergüenza.
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