Una noche, Sir Arthur Conan Doyle, aburrido y jugueteando ociosamente con malos pensamientos, decidió enviar un recado a cinco de sus amigos. La nota se entregó anónimamente, sin firma ni información. Solamente decía: “Nos descubrieron. ¡Huye!”. En una cena posterior, su círculo social estaba agitado con la repentina y total desaparición de una de las personas a quienes envió el recado, persona de quien ya nada se volvió a saber. Conan Doyle no fue el único escritor a quien se le ocurrió la broma. También Edgar Allan Poe la puso en práctica
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