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Normalidad

Hace años, muchos años, mucho antes de que existiera internet; este apuesto caballero maduro que tenéis ante vos era un adolescente virgen, granulado y pajillero. Muy pajillero. Y, claro, el material inspirativo para sus sesiones de solo de zambomba no era tan fácil de conseguir como ahora así que de vez en cuando, cuando conseguía reunir el suficiente dinero y valor, nuestro héroe se arrimaba por alguno de los sex-shops de la capital en busca de revistas, vídeos o cualquier cosa para darle aceite al manubrio.

En una de éstas el muchacho descubrió un sex-shop que no había visitado previamente, y entró decidido a echar un vistazo al material ofertado. Para su sorpresa, era todo raro: bondage, escatología, y esas cosas alemanas extrañas, que a nuestro héroe, acostumbrado al siliconado, depilado y rubio porno hetero americano, se le hacían chungas. Rarunas. Inquietantes. Después de mucho rebuscar, nuestro pajillero amigo se dirigió al dependiente y preguntó, con aire de indignación: "¿Es que no tenéis porno normal?"

El dependiente levantó la vista y pronunció las inmortales palabras por las que nuestro héroe regiría su vida hasta el final de sus días, muchas, muchas pajas después: "Define normal."

Define normal. La más apabullante lección de tolerancia impartida por el aburrido dependiente de un sex-shop desierto. Nuestro héroe, que ya de tan chico sabía reconocer el oro puro cuando te golpea en los morros a velocidad de escape, se calló como una tumba, dio media vuelta y salió a la calle. A sentarse en un banco. Y pensar sobre lo que había aprendido. Y aunque no lo sabía, cuando se levantó firmemente convencido en convertir esas dos sencillas palabras en uno de los timones por los que habría que dirigir su vida, ya era mejor persona que cuando había llegado.

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