Porque no. Porque amo a quien me da la gana. Porque el aserto cristiano de que tenemos que amarnos los unos a los otros me lo paso igualmente por el forro en su formulación religiosa y en su formulación civil. Me la pela. Me niego. No regalo mi amor por decreto ley. Soy empático si me parece, te escucho si tengo ganas, me atiendes si tienes tiempo, me achuchas si te va bien.
No existen los derechos emocionales. No existen las obligaciones sentimentales. No paso por ahí ni aunque me maten.
No voy a amar a mis semejantes porque me lo diga un anuncio. No soy tan comeflores. No soy tan pinchaúvas.
Amar o no amar, es una decisión privada. Odiar o no odiar, es una decisión privada. O un impulso, si queréis, más que una decisión.
No permito que me digan, como viejas celestinas, a quien tengo que amar. No permito que me indiquen, como siervo de la gleba , a quién tengo que odiar. Dejadme ya en paz con vuestras monsergas sentimentaloides. Dejad en paz de una puta vez mis sentimientos.
Del delito de odio vamos a pasar, sin intermedio, al delito de falta de amor. Este no me ama lo suficiente. Este no me quiere. Aquella no me abraza. El otro no me folla como yo quiero.
Que se vayan aya a tomar por culo con su policía de los cariñitos. Que se vayan a cascarla con sus patrulla de los osos amorosos.
Si quiero odiar a alguien, pues lo odio, limitándome a no insultarlo ni agredirlo ni causarle perjuicio alguno. Y si amo al Betis, manque pierda, será mi puto problema.
No acepto la pena de amor no correspondido. No acepto que se desvirgue a los feos por la Seguridad Social. No acepto el delito de odio. No acepto que el besito forme parte de los Derechos Humanos.
Pandilla de majaderos. Ya está bien.