La de las más de 190.000 ejecuciones, y “fallecimientos” en prisión, reconocidas por el propio régimen fascista a las alturas de 1950 (lo que quiere decir que, con toda probabilidad, fueron más), es posiblemente la atrocidad que mejor les salió, para desgracia de todas esas víctimas y sus familias. La “feliz” idea de molestarse en llamar “sentencias” a tales crímenes de Estado masivamente perpetrados contrasta con la calificación de “crímenes” de guerra, como llama el artículo 8 del Estatuto de Roma.
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