Permítanme que empiece esta tribuna con una anécdota personal: cuando yo trabajaba de investigador en lexicografía griega en un instituto del CSIC, la gente me preguntaba con frecuencia que para qué valía la lexicografía griega, y yo contestaba indefectiblemente que, a mí al menos, me valía para pagar la hipoteca, lo cual era rigurosamente cierto.
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