Me escribe un amigo con el que fui alguna vez al Primavera que el Mad Cool estaba lleno de espectadores grabando con el móvil para subirlo a redes.
Gente que, literalmente, se pasa más tiempo grabando que disfrutando del concierto y que tapan la visión parcial de los de alrededor, convirtiendo el espectáculo en una estrategia de esquive visual constante.
Me parece aterrador el nivel de idiocia colectiva al que estamos llegando. Asistentes a un concierto que se tiran HORAS grabando clips que se verán mal y se oirán peor para subirlo a las historias efímeras de la red social de turno.
Asistí al Primavera cuando Instagram ya existía, aunque aún no era mayoritario, lo reconozco, pero no vi ni un solo móvil en directo. Un recuerdo es un recuerdo. Algo valiosísimo por ser único e irrepetible.
Actualmente, casi todos los asistentes a festivales y conciertos se empeñan en convertir cada segundo en un recuerdo repetido y miles de veces grabado por diferentes personas, para que los 20 o 2000 seguidores que tienen cada uno de esos autómatas puedan darse cuenta de que no sabes grabar. Y quién dice festival, dice museo, espectáculo deportivo...
Personas que necesitan creerse únicas, haciendo exactamente lo mismo que hacen los demás.
Todo esto esconde algo mucho más profundo. Una nueva y aterradora forma de ver el mundo y de vivir la vida. Nunca tuve mucha fe en que la distopía fuese bella, pero no podía imaginar que llegase a ser tan sumamente estúpida.
Había una frase maravillosa que decía que "eres lo que haces cuando nadie te mira". Pero todo eso ha cambiado.
Es como si, lo que eres, lo que sientes, lo que escribes, lo que piensas realmente, cuando nadie te mira, cuando nadie te observa, cuando nadie te lee, cuando nadie le da al like, hubiese dejado de importar.