No se puede entender que un censo fallero, que no llega al ocho por ciento de la población, obligue a media ciudad a huir de sus casas y a la otra media a soportar las barbaridades de ruido, toma de calles, ilegalidades y lo dicho mil veces, aunque sea predicar en el desierto. Las fallas son unas fiestas diseñadas por y para este colectivo que anulan los derechos de aquellos que sienten y piensan que las sociedades se construyen desde la convivencia y no desde la invasión.
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