Mi taxi me dejó tirado en plena calle de Alcalá. Sonó un po, po, pó y entró en parada taxiocirculatoria. Aprovechando la inercia de la marcha me eché a un lado, accioné los intermitentes de emergencia, coloqué los triángulos y estrené el chaleco reflectante de Emporio Armani que me regaló un lector allá por mi post nº 1000. Como buen escritor no tengo ni puta idea de mecánica, así que en lugar de mancharme las manos abriendo el capó y observar el motor como quien toca con un palo el cadáver de un Ñu, llamé directamente a la grúa.
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