Los Abadía se habían pasado cinco años recopilando expresiones como «elevaduras eléctrico», «Eso, por debajo de mi cadáver» o «Ese tiene orejas de soplido». Las escuchaban en casa, en la calle, en comercios o en el trabajo y tras hacerlo, las escribían para compartirlas con el resto de los hermanos y no olvidarlas.
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