Uno de los argumentos que con más frecuencia escucho, sobre todo cuando se habla de racismo, es que no es legítimo juzgar a unos por lo que hacen otros, sobre todo si los infractores son una minoría.
Este, por ejemplo, fue el fundamento de la discusión que leí el otro día sobre la conveniencia o no de tener vecinos gitanos, sobre cómo era la convivencia con ellos, y sobre el porcentaje de personas de esta etnia (o cultura) que es ruidosa, sucia, etc.
Es un ejemplo, insisto, y no voy a entrar en ese debate porque hay miles de comentarios al respecto y decenas de strikes por ello, pero sí a un hecho que no podemos soslayar: la vida en sociedad obliga a que unos asumamos las decisiones de los otros, aunque no nos guste.
No nos gusta el voto del vecino, pero vivimos con el Gobierno que él elige, o con la decisión que ha tomado en la Comunidad del edificio.
Si un español roba en una tienda, te mirarán mal y te pedirán que enseñes el bolso la próxima vez que entres en esa tienda, en Zurich, hablando en español. Aunque no hayas robado nada en tu vida.
Si tienes 20 años y vas con amigos a una casa rural, a lo mejor prefieren decirte que está ocupada. Aunque seas de un grupo del Opus.
Y es normal. Es legítimo y no podemos criticarlo. Las compañías de seguros basan sus cálculos en eso. Las hipotecas se conceden o no en base a eso. Las empresas de recursos humanos te dan un empleo o te dejan en el paro en base a eso.
De eso va el big data, coño.
¿Cómo podemos decir que es racismo juzgar a todos por las acciones de unos pocos cuando estamos en el siglo XXI y TODOS nos vemos en medio de esa ola?
Tenemos que metérnoslo en la cabeza: las decisiones de alguien de un grupo afín al nuestro, o semejante, nos afectan siempre. Y mucho. Cada golpe de chapa que tiene un conductor menor de 25, afecta a todos los conductores menores de 25. Es impepinable.
Bienvenidos a la nueva era.