Cuando esa piedra impactó en la sien de Khaled Lemmouchia el fútbol dejó de ser un juego “donde se corre detrás de una pelotita” para convertirse en una excusa, en un canalizador de un sentir más profundo, mucho más trascendente. Las lunas del autobús que conducía a la selección de Argelia estallaron en mil pedazos y decenas de proyectiles silbaron sobre las cabezas de los futbolistas.
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