Si pensamos en un escritor español que haya roto todas las barreras del éxito en la literatura universal debería ser Miguel de Cervantes. El Quijote, dicen, es la obra más traducida después de la Biblia (a menos que las 50 sombras le hayan tomado la delantera en los últimos meses), y las dos partes de la novela tuvieron tanta difusión que durante algunos años los disfraces de Don Quijote y Sancho Panza eran los más solicitados en carnavales a principios del siglo XVII.
El éxito monetario no acompañó al literario y Miguel de Cervantes tuvo que compaginar otras profesiones con la de escritor hasta que falleció. El motivo era bastante sencillo, y es que los autores tenían que vender los derechos de impresión de su obra a los editores que eran quienes se veían beneficiados si el libro tenía gran difusión o se traducía.
La primera novela que publicó Cervantes fue La Galatea en 1685, una novela pastoril que tuvo muchos lectores en su época, ya que era una de las fuentes de los best sellers de la época junto con los libros de caballerías. Los derechos de esta obra los vendió al librero Blas de Robles por 1.336 reales, o más o menos lo que cobraba un funcionario mediano en tres meses. Durante esos años, Miguel de Cervantes, que había perdido el uso de su mano izquierda en la Batalla de Lepanto, se dedicaba a ser comisario de abastos para la Armada Invencible. Su trabajo consistía en reclamar a los particulares una parte de sus cosechas o de sus bienes para poder aprovisionar la flota española y de ahí extrajo muchas ideas para crear personajes, ya que trataba con personas de muy distinta procedencia.
Como recaudador de impuestos cobraba unos 500 maravedíes al día, que al cambio eran unos 3.000 euros de los de ahora al mes, cosa que no le impidió desviar algunos de los bienes que recaudaba (básicamente aceituna, trigo y cebada) para su propio lucro. De hecho, él mismo lo cuenta en su obra sin sentirse ni lo más mínimamente avergonzado, se conoce que era lo normal quedarte con una parte de lo recaudado (la mala suerte fue que le pillaran y acabara unos meses en la prisión).
En esa prisión es donde cuenta que gestó El Quijote, aunque no sabemos si le dejaron escribir o solo imaginarse la historia, y también es el momento en el que empieza a escribir teatro. Las obras de teatro cervantinas siguen las normas clásicas de composición teatral, y respetan las unidades aristotélicas. Aunque al principio tiene cierto éxito, lo cierto es que cuando Lope de Vega irrumpe en escena, con una visión del teatro completamente innovadora y que tiene muchos más seguidores, los empresarios teatrales dejan de comprarle obras al Manco de Lepanto, por ser demasiado “antiguas”.
El éxito de Don Quijote de la Mancha
En 1605 se imprime en Madrid la primera parte de El Quijote y las ediciones se multiplican tanto en España como en Europa (sabemos a ciencia cierta que Shakespeare conocía las andanzas de Alonso Quijano), aunque muchas de ellas eran ilegales. Será el editor Francisco de Robles quien se lucrará de las sucesivas ediciones de esta obra, que se traduce al inglés en 1612 y al francés en 1614.
Es en la década de 1610 cuando salen a la luz la mayor parte de las obras cervantinas, aunque no las escribe todas en ese periodo, ya que muchas las tenía a medio escribir o inéditas. Cervantes vuelve a intentarlo con el teatro, adaptando su estilo a los gustos de la época aunque sin plegarse del todo a las normas de Lope: de ahí surgen sus entremeses que, por fin, recaudan algo de dinero para su bolsillo.
Poco después se publica El Quijote de Avellaneda (1614), una secuela apócrifa de El Quijote, escrita probablemente por alguien del entorno de Lope de Vega que quería lucrarse con el éxito de la novela de Cervantes. En este libro seguimos las andanzas del Caballero de la Triste Figura aunque no tiene ni el nivel ni la gracia del original.
El Manco de Lepanto se enfada tanto que, en la segunda parte de su Quijote, hace hablar (y muy mal, por cierto) a Don Quijote y a Sancho acerca de esta obra. De hecho podemos saber con exactitud cuándo supo de la existencia del falso Quijote viendo en qué lugar de su novela se lo menciona.
El escritor fallece en 1616 en una casa del barrio de las letras de Madrid sin haberse enriquecido por sus obras, que desde el principio tuvieron muy buena acogida.