Esta es una historia que a los veinteañeros de los noventa les resultará familiar, pero puede que al resto de los mortales les suene un poco absurda. En efecto, veinte años después, resulta difícil de explicar por qué la grabación del tercer disco de Nirvana se convirtió en un asunto de vida o muerte. En la batalla final de la guerrilla alternativa contra las malvadas fuerzas del mainstream. Y eso que todo el conflictó consistía en saber si el sonido de In Utero sería más sucio que el de Nevermid (1991).
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