La llamada “Sala de espera del infierno” fue parada sin fonda de 150.000 Judíos y de más de 15.000 niños con destino Auschwitz. Una mujer -Friedl Dicker Brandeis- dedicó su internado a enseñar clandestinamente arte y pintura como terapia evasiva a muchos de esos niños. Antes de marchar al patíbulo, Friedl rescató 4.500 de los dibujos que más tarde sirvieron como prueba en Nuremberg y que son testimonio indeleble de aquella barbarie.
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