Como humanista, jamás impediré que cada uno profese la fe que quiera, sea en Dios, en Alá, en Zeus o en otra divinidad, pero sí exijo que ese derecho privado no conlleve un gasto público ni una sumisión de los poderes públicos a una creencia. Y eso es lo que parece que no quiere entender Rodríguez Zapatero o, si lo entiende, no es lo suficientemente valiente como para llevarlo a la práctica, para empezar, sacando la religión de la escuela pública y, para seguir, rompiendo el acuerdo que da privilegios inexplicables a una teocracia, el Vaticano.
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