Siendo niño, recuerdo que leí una historia (creo que era de la saga de libros "Celia") que se me quedó grabada. La niña protagonista había ido con su familia (muy conservadora) al campo y estaba disfrutando del día revolcándose por la hierba. Hasta que un familiar le pilló y le dijo a gritos "las niñas no se revuelcan por la hierba". A lo que ella replicó "pues yo soy una niña y me estoy revolcando". El enorme sentido común y la graciosa rebeldía de aquella respuesta me ha hecho recordarla hasta hoy.
Todavía hoy encontramos reminiscencias de aquella forma irracional de entender la educación (digo irracional porque no se razonaba con el niño, sino que se le imponían normas de conducta muchas veces arbitrarias como verdades absolutas, sin intentar convencerle de su bondad ni fomentar su capacidad de juicio). Esas reminiscencias pueden observarse en frases del tipo "el permiso de paternidad es absurdo porque los hombres no estamos hechos para cuidar bebés", "los moros son todos malos", "la gente del sur es vaga por naturaleza" o "las mujeres son sensibles y los hombres valientes, y por eso una mujer no debería ser policía".
Establecer máximas y pretender encuadrar en ellas a toda una categoría de individuos es tan estúpido como peligroso. Estúpido porque las generalizaciones de ese tipo obvian condiciones socioculturales diferentes de la genética del individuo y que son esenciales para justificar las estadísticas que en algún caso pudieran avalarlas. Estúpido también porque en cuanto hay un individuo de la categoría que rompe la norma y muestra ser valiente-inteligente-trabajador pese a que en teoría son atributos incompatibles con su categoría, la máxima se viene abajo. Y peligroso porque a lo largo de la historia ha malogrado millones de vida.
Hay hombres que se lo pasan de muerte jugando con un bebé y saben hacerles reír como nadie. Hay mujeres a quienes no les gustan los niños y no saben qué hacer con un bebé en brazos. Hay árabes que comparten lo poco que tienen con personas más pobres que ellos, aunque sean de otra confesión religiosa. Hay mujeres de coraje desmedido, capaces de tumbar a 5 tíos de una vez con llaves de artes marciales, y que se sienten realizadas protegiendo al prójimo con una pistola y una porra. Y hay hombres tremendamente pacíficos, que jamás querrían tener un arma en su mano.
El problema viene cuando, escudándote en una máxima estúpida, pretendes que un ser humano abandone su camino, y con ello malogras su existencia. El problema viene cuando coges a una Marie Curie y le prohíbes estudiar química porque "el cerebro de las mujeres no está hecho para la ciencia". El problema viene cuando niegas un trabajo de contable a un árabe que jamás ha robado a nadie porque "los moros roban a la mínima de cambio". El problema viene cuando sacrificas al sujeto en el altar del prejuicio, negándote a contemplar su realidad y comprobar empíricamente quién es.
Los prejuicios han destrozado millones de vidas a lo largo de los siglos. Han amordazado hasta su muerte a grandiosos artistas y científicos en potencia. Han atado de pies y manos a grandes héroes y heroínas, y nos han privado de todo lo bueno que podían darnos. Lo increíble es que, en pleno siglo XXI y a pesar de todo, alguien te siga diciendo que "los hombres no cuidan bebés, así que el permiso de paternidad es una tontería". A lo que yo replico "pues yo soy un hombre y he pasado horas maravillosas riéndome con bebés de amigos míos, cantándoles canciones, enseñándoles ilustraciones de cuentos y disfrutando con sus reacciones llenas de dulzura y espontaneidad".