Aceptemos el cliché. La vida de un diplomático es dura y sacrificada. Siempre lejos de casa y al servicio de sus compatriotas allá donde el deber le reclame. Claro que en el caso del embajador español en Londres, Carles Casajuana, parece que la peor parte la asume su esposa. Controladora en el Centro de Control de Torrejón, es ella quien, en función de los célebres turneros, debe estar también siempre colgada del avión rumbo a Heathrow. No parecería razonable renunciar a un sueldo medio, según José Blanco, de 340.000 euros anuales.
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