La ruta no debía ser fácil porque dice la tradición que aquellos marineros que habían logrado navegar el cabo de Hornos, unir el Pacífico y el Atlántico, podían lucir un aro de oro en su oreja izquierda. Y no era este el único privilegio que les otorgaba esa experiencia marítima, sino que también podían cenar a bordo con un pie sobre la mesa. Si además ese marinero cruzaba también alguna vez el cabo de Buena Esperanza, podría poner los dos pies sobre la mesa y ponerse otro anillo en la otra oreja.
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