Tras el reinado de Carlos I, se prohibió el uso y posesión de espadas a los caballeros, quedando reservado su uso exclusivamente a los nobles y milicias. Esto hizo que la difusión de la navaja se viera favorecida debido a su bajo precio y a que gracias a sus menores dimensiones se podía ocultar fácilmente entre la ropa y principalmente debajo del fajín que formaba parte habitual de la vestimenta de aquella época.
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