Si a cien españoles elegidos aleatoriamente les preguntásemos si la política debería estar más fijada en las propuestas que en las descalificaciones, un número apabullante diría que sí y que es una pena que no sea así. Todos dirán eso porque es lo que queda bien decir, es probable que lo deseasen, pero no es algo que determine su decisión política fundamental: su voto. Tan es así que el partido que presumiblemente ganará las próximas elecciones se permite hacer un acto político y programático sin propuestas.
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