Corrió delante de los grises, militó en formaciones de izquierda, tuvo tres hijos, se divorció cuando sólo unos pocos lo hacían y se ganó la vida como trabajadora social cuando la mujer apenas salía de la cocina. Ya no quiere vivir más. Tiene 85 años y su vida consiste en pasar las 24 horas del día con el cuerpo pegado a un sillón reclinable que por la noche le sirve de cama. Sufre artrosis degenerativa y cada mañana se pregunta qué nuevo dolor la castigará, qué extremidad dejará de mover.
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