A lo largo de la todavía corta historia de los videojuegos hemos asumido la defunción de nuestro personaje como una parte más del constante prueba y error al que nos somete la máquina contrincante, por norma general; ya trataremos después las excepciones. Cualquier descuido por nuestra parte es castigado con una muerte simbólica que nos redirige automáticamente hasta el principio del nivel, del juego o bien hasta el último punto de guardado. No morimos, sino que nos resitúan en un punto concreto de una línea temporal.
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