Las palabras no son inocentes, con ellas formamos nuestros pensamientos. El poder, consciente de ello, tiene una larga experiencia en utilizar las palabras para que pensemos como ellos quieren. Demonizan las que consideran perturbadoras para ese pensamiento único que pretenden, sacralizan otras que favorecen la interpretación de la realidad que nos muestran y, finalmente, apelan a la ambigüedad conceptual de algunas otras para confundirnos. Veamos algunos ejemplos.
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