Cuando Mitch Comer cumplió los 18 años hizo lo que muchos jóvenes, irse de casa. Con 200 dólares en el bolsillo, se subió a un autobús rumbo a Los Ángeles y dejó su casa en Georgia (Estados Unidos).Al agente de seguridad Joe Gonzalez le llamó la atención el aspecto enclenque de este chico de casi metro ochenta que pesaba 40 kilos y se movía como un niño pequeño extremadamente pálido. Se acercó a hablar con él y constató que todavía tenía los dientes de leche. Le preguntó qué hacía ahí. No estaba preparado para lo que iba a descubrir.
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