En un humilde barrio de las afueras de Barcelona una diminuta iglesia convoca cada domingo a unas 1.000 personas. Un aumento de feligreses que se da también en otras parroquias no alineadas con la corriente soberanista, a la que hace guiños la jerarquía católica catalana. Uno de los protagonistas del 'milagro' es el párroco Francesc Espinar, que se niega a mezclar política y religión.
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