La política que favorece el crecimiento del mercado, con su inherente desigualdad, exige un aumento sin sentido del consumo de energía y nos consume a nosotros mismos como simple energía para alimentarlo. Se nos impone una ambición económica que anula nuestra verdadera individualidad. Nos hemos adaptado a un funcionamiento contranatura, alejado de cualquier idea de plenitud, y que en el fondo conduce a la apatía y a la frustración además de degradar del medio ambiente.
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