Lo más hermoso de la Noche de Reyes para cualquier niño que crea en ellos, no son los regalos que vaya a recibir, sino el hecho de que tres magos con poder para visitar cientos de millones de casas en una noche, se fijen en él y le muestren su cariño. La clave se encuentra en el contacto con un mundo maravilloso, desconocido e intangible, cuya belleza puede intuirse (a través de los regalos y de la convicción de que los reyes magos estuvieron ahí) pero no contemplarse de forma directa. Para un niño, usar su imaginación es lo mismo que mirar a través de un telescopio para un astrónomo. Ambos buscan tesoros en un mar infinito.
Pero la necesidad de creer en algo más allá de nuestro ombligo no puede desaparecer con la edad, sino sólo transformarse. Es la sal de la vida. Creer en la revolución social, en las artes, en la inmortalidad a través de las acciones que dejan huella...es la clave para seguir vivo. Siempre digo que la mejor prueba del enorme valor que todo ser humano tiene, es su capacidad para hacer reír a un niño, y para ver en la pureza de ese nuevo ser un sinfín de promesas.
Nuestra capacidad para ilusionarnos no desaparece con los años, sino que cambia de forma, siempre que nos protejamos del embrutecimiento y la resignación. Desde un niño a un anciano, todos somos capaces de mirar al cielo en cualquier noche, apreciando la belleza de las constelaciones e intuyendo el océano inabarcable de milagros que se encuentra tras ellas. Ese cielo, sin unos ojos capaces de interpretar su belleza, no tendría significado. Y nosotros somos dueños de esos ojos. Usémoslos, y no dejemos nunca de creer. La forma más efectiva de avanzar, es creer que podemos alcanzar el horizonte. Tal vez no sea posible lograrlo, pero con esa convicción llegaremos más lejos que de ninguna otra forma.
Con un violín, una pluma, tu voz, tus manos, cualquier herramienta de trabajo...no dejes nunca de ilusionarte y perseguir tus ilusiones. El futuro depende de ello.