«El episodio no sólo revela ese hueco político; es, sobre todo, una alegoría moral, una metáfora de los sobornos de la simpatía. [...] Los birmanos pedían sangre y el oficial responde entregándoles un enorme cadáver. Más que desnudar al imperialismo, Orwell retrata la mecánica corruptora que después habría de combatir: la intimidación del halago, las trampas de la adhesión. Todo lo que escribió tras ese episodio es un intento de escapar de las trampas del aplauso.»
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