El cristianismo, desde que fuera despenalizado por Constantino a través del Edicto de Milán en 313 y posteriormente adoptado como religión oficial del Imperio por Teodosio, con el Edicto de Tesalónica a finales de aquel siglo, pasó de perseguido a perseguidor. Y en esto fué implacable. La intolerancia hacia quienes no comulgaban con sus creencias fue la tónica y alimentó las hogueras que ardieron a lo largo y ancho de Europa. En el siglo XII, los cátaros empezaban a cuestionar a la jerarquía eclesiástica. Fue el principio de su fin.
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