Aunque es el próximo día 26 cuando entra en vigor la nueva ley que permite prescindir de las mascarillas en exteriores, siempre que se pueda mantener la distancia de seguridad, yo hace muchas semanas que escucho y leo comentarios (también por esta página) que vuelven a ponerme los pelos de punta.
Entiendo perfectamente que no es lo mismo torear que ver los toros desde la barrera, y muchos aquellos que hablan de "bozales", "represión", "incomodidad", "imposición", no han tenido que ver la cara de los pacientes cuando acuden a ti asustados, agitados, con dificultad para respirar, poniéndose en tus manos para que les salves la vida.
Sólo 24 horas después del ingreso tienes que bajarlos a UCI, y en apenas 48 cierras su historia clínica con un exitus, expresión paradójica para el peor de los finales posibles.
Desde el comienzo de la carrera de Medicina aprendes a convivir con este tipo de situaciones, lo cual no implica que las asumas sin pestañear. Desde el último año y medio el sentimiento de culpa para nosotros, los facultativos, es aún más profundo ya que estos pacientes se enfrentan a semejante trance sin la presencia de sus seres queridos, y es tu mirada, tu mano, y tus palabras lo último que se llevan de este mundo. Algo que es injusto y antinatural al mismo tiempo.
Somos muchos los que hace tiempo que no dormimos bien por la noche, pero desde que se determinó la utilización de mascarillas para la población al menos podíamos descansar con cierta tranquilidad.
Al principio, ver a toda la gente en la calle con la nariz y boca tapadas parecía un paisaje surrealista, salido directamente de alguna serie apocalíptica de Netflix.
Pero los efectos de esta medida han ayudado a controlar la pandemia, lo cual de por si ya sería más que suficiente para justificar el "dolor" que parecen haber provocado a algunos ciudadanos.
Muchos se preguntaron, incluso con cierto todo irónico, el porqué este año apenas se habían declarado casos de gripe. La respuesta está también en el uso diario de las mascarillas, la distancia social, el lavado de manos, etc.
Las epidemias prácticamente anuales de gripe que teníamos hasta ahora, que consumen la totalidad de recursos de la sanidad pública y provocan un gasto desmesurado, conjuntamente con la caída en picado del nivel de atención al paciente, nos las podríamos ahorrar si tras el primer estornudo en casa la población se acostumbrase a llevar una mascarilla, tal y como se hace en algunos países asiáticos.
Pero no sólo la gripe, la concienciación general que propició el uso de mascarillas también ha eliminado un número muy significativo de todas las infecciones respiratorias agudas de vías altas y bajas que veíamos anualmente, algo que sin duda ha salvado muchas vidas.
Suma y sigue; también detectamos una bajada importante de reagudizaciones de EPOC, atribuible al uso de mascarillas, la casi desaparición de bronquiolitis en los niños, especialmente durante el Invierno, la caída en picado de procesos como las poco deseadas rinitis alérgicas, etc, etc, etc...
Esta mañana, de vuelta del trabajo, he visto por primera vez en mucho tiempo a grupos de personas sin mascarilla, supongo que adelantando el esperado momento de dejarlas en casa.
Obviamente, no puedo pararme con toda este gente para explicarles lo que ha significado para nosotros el que se respetase su uso (al menos hasta ahora) y he acabado aquí soltando este speech improvisado que seguramente importará bastante poco a la gran mayoría.
Esta guerra no ha acabado. Es cierto, hemos ganado las últimas batallas y parece que el enemigo ha optado por la retirada en algunos sitios, pero no se ha ido.
Nuevas variantes vuelven a sembrar el caos y nos obligan a preguntarnos si no hemos corrido demasiado para tirar a la basura nuestras mascarillas.
Andalucía y Canarias ya están comenzando un repunte de contagios, y apenas hemos entrado en el Verano, mientras que el Reino Unido se prepara ya para otra ola, Rusia pierde el control de la pandemia, y Portugal se inunda con la variante Delta.
Por muy optimista que quiera ser, y lo intento, no veo que se den las condiciones para cantar victoria, y menos para decirle a la gente que dejen sus mascarillas en casa.
Comienzo a pensar que hemos nadado hasta aquí, logrando revertir una situación muy complicada, para al final morir ahogados en la orilla.
Yo utilizo mascarillas 7 horas al día, y durante las guardias puedo llevarlas prácticamente 24 horas seguidas, quitando las pausas de las comidas y muy pocos momentos más.
También tengo ganas de Verano, tengo ganas de viajar, tengo ganas de volver a vivir y a disfrutar como todo el mundo, pero no quiero volver a mirar a los ojos a alguien para decirle que se va poner bien, cuando sé que eso no va a ocurrir.
En fin, sólo quería romper una lanza a favor de las mascarillas, a las que yo y todos mis compañeros debemos la vida, y a las que muchos ciudadanos pueden agradecer también la suya.