Uno no escoge cómo ni cuando ni dónde va a morir pero sí la vida que quiere llevar. Uno a veces ni siquiera es consciente de que ha elegido marchitarse día a día en su trabajo, dejándose arrastrar por la inercia hacia un vacío profesional. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que incluso cuando uno cae en la cuenta de que está “quemado en el curro” -una expresión tan manida como gráfica- a veces sólo acierta a decir esas palabras, sin mover ni un dedo para que su situación mejore o cambie.
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